¿Es el amor cuestión de suerte?

Estaba recientemente en la celebración de unas bodas de oro de unos tíos, en las que inevitablemente los comentarios se centraban en la suerte de la pareja de estar hechos el uno para el otro. Algunos familiares también mencionaban con orgullo cómo la tía con inteligencia había logrado dominar -verbo frecuentemente usado para calificar el éxito de largas uniones donde el que todo lo aguanta, logra vencer por cansancio a su pareja- en este caso, al tío, convirtiéndole en un ser dócil y domesticado.

De mi parte, recuerdo todavía escuchar hacía apenas una o dos décadas atrás, las quejas de mi tía y la lucha que cogió con las andanzas de su marido, amén de los tragos de fines de semana; y personalmente estoy convencida de que de no haber recibido una pequeña ayudita biológica en la alta presión, el colesterol en las nubes y otros demonios de los que padecía el tío, jamás estuvieran hablando de su docilidad.

Pero en fin, hay que darles su crédito, ya que el divorcio nunca estuvo en los planes de ninguno de los dos y fueron una pareja que aunque a fuerza de la lucha “máscara contra cabellera”, se han acompañado en todos los momentos relevantes de sus vidas y pudieron procrear y criar hombres y mujeres de bien para la sociedad.

En la fiesta, una amiga comentaba que es que ya no vienen hombres o mujeres de esa cepa especial y que “eso de aguantar era cosa del pasado”. Cuando escucho sobre parejas de largos años y se trae a colación el tema de la suerte, me pregunto, hasta qué punto es el amor cuestión de suerte y o hasta qué punto es la tolerancia el principal ingrediente? ¿No será que la independencia económica nos ha hecho menos tolerantes? ¿Será la soledad el precio que pagamos por ser “independientes”?

Comenzando, soy creyente de que el factor suerte existe. No me interesa debatirlo, es solo una opinión. Es algo indescifrable, aquello que incide para que, para bien o para mal, estés en el lugar preciso, a la hora precisa, en el momento adecuado. Esto es tan cierto no solo en el amor, sino que hay millones de ejemplos, de personas que se salvan de algún terremoto, un accidente y muchas otras desgracias por haber llegado tarde al evento o haberse desviado. O las que, por las mismas razones murieron o sufrieron a destiempo.

En el tema del amor, llego a pensar que la suerte puede ser un componente que incida en el encuentro con la pareja, pero no cuando se trata de mantener una relación. Los más grandes afectos se encuentran no se buscan. Y en los tiempos actuales, muchas veces dejamos escapar esa pareja precisa, porque hacemos elecciones no por los sentimientos, sino por querer buscar parejas que se ajusten a una serie de requisitos determinados por la cultura y las ambiciones personales.

La vida de hoy se centra en cómo superar la soledad, sin embargo no queremos encontrar una persona de carne y hueso como compañía, sino la caricatura de la pareja perfecta. Somos más tolerantes con los amigos que con la misma pareja. Buscamos que nos amen, pero no queremos ni comprendemos que debemos dar amor en la misma medida. Queremos que se satisfaga nuestra necesidad de afecto; un amor que se mantenga siempre romántico y a la vez comprometido, y que logre mantenerse porque así porque si. ¿Será posible?

Es entonces cuando me quito el sombrero en parejas que se mantienen negociando sus diferencias, porque lo perfecto aburre y no está en nuestra condición de humanos. Celebremos las diferencias siempre y cuando no pongan en juego el respeto y nuestra integridad.

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